Como padres, podemos afectar profundamente la dirección
que toman las vidas de nuestros hijos por medio de las palabras que les
hablamos. Yo creo que como matrimonio podemos delinear la dirección para
toda nuestra familia. Como negociante, puede ayudar a determinar la
dirección para sus empleados. Con nuestras palabras, tenemos la
habilidad de ayudar a moldear y formar el futuro de cualquier persona
sobre quien tengamos influencia.
Y cada uno de nosotros tiene influencia sobre alguna otra
persona. Usted posiblemente no considere ser un líder, pero sin embargo,
sí tiene un círculo de influencia, alguna persona o grupo que le
respeta. Aun si usted es un adolescente, alguien valora su opinión. Es
vital que hablemos “cosas buenas” a las vidas sobre las cuales tenemos
influencia. Eso no quiere decir que nunca estaremos en desacuerdo con
ellos o que nunca tendremos que confrontarles o corregirles, pero el
tono general de nuestras palabras a ellos deberá ser positivo.
Una madre bien intencionada constantemente regañaba a su
hijo adolescente: “Eres tan flojo; ¡nunca serás algo bueno! Si no te
comportas, nunca lograrás entrar en la universidad. Lo más seguro es que
terminarás metiéndote en problemas”.
Esa clase de palabras negativas destruirá más rápidamente a
una persona de lo que se imagina. No puede hablar negativamente de
alguien en un momento, y después salir y esperar que esa persona sea
bendecida. Si usted quiere que sus hijos sean productivos y que tengan
éxito, usted necesita declarar palabras de vida sobre ellos en lugar de
predicciones de mal y desesperación. La Escritura nos recuerda que con
nuestras palabras podemos bendecir o maldecir a las personas.
Las personas en el Antiguo Testamento tenían muy claro el
poder que ejercía la bendición. Al acercarse el patriarca de la familia a
la senilidad o a la muerte, los hijos mayores se juntaban al lado de su
padre, luego él colocaba sus manos sobre la cabeza de cada hijo y
hablaba palabras amorosas y llenas de fe sobre ellos y sobre su futuro.
Estas frases se conocían como “la bendición”. La familia estaba
consciente de que eran más que el último testamento del padre; estas
palabras llevaban consigo la autoridad espiritual y tenían la habilidad
de traer éxito, prosperidad y salud a su futuro.
En muchas ocasiones, los hijos aun se peleaban por la
bendición del padre. No se estaban peleando por el dinero que pudieran
heredar, ni tampoco por el negocio familiar. No, ellos se peleaban por
esas palabras llenas de fe porque sabían que si recibían la bendición de
su padre, las riquezas y el éxito serían las consecuencias naturales de
ella. Y más que eso, deseaban profundamente recibir la bendición de una
persona a quien amaban y respetaban.
Uno de los relatos bíblicos más sorprendentes sobre el
poder de la bendición nos llega a través de las vidas de Jacob y Esaú,
los dos hijos de Isaac. Jacob deseaba recibir la bendición de su padre,
no cualquier bendición, sino una bendición que le pertenecía
legítimamente al hijo primogénito de la familia. Isaac estaba viejo,
cercano a la muerte, y prácticamente ciego. Un día llamó a su hijo,
Esaú, y le dijo: “Esaú, ve y mata un animal y prepárame una comida, y te
daré la bendición que le pertenece al hijo primogénito”. Pero la madre
de Jacob, Raquel, escuchó esta conversación. Raquel amaba a Jacob más
que a Esaú, así que le dijo a Jacob que se pusiera la ropa de Esaú con
la intención de engañar a Isaac para que le diera a él la bendición.
Entonces preparó una de las comidas preferidas de Isaac.
Mientras Esaú andaba de cacería, ella le dijo a Jacob: “Ve
a tu padre y preséntale esta comida, y él te dará la bendición que en
realidad le pertenece a tu hermano”.
Jacob reconoció la seriedad de este fingimiento y dijo:
“Pero Mamá, ¿qué pasa si él se da cuenta que estoy mintiendo, y me
maldice en lugar de bendecidme? ¡Seré maldecido por el resto de mi
vida!”
Medite eso. Jacob entendía que él estaba arriesgando todo
su futuro con este truco, estaba consciente de que las palabras que
hablara su padre sobre él le impactarían, ya fuera para bien o mal, por
el resto de su vida.
Declare el favor de Dios
Reconozcámoslo o no, nuestras palabras afectan el futuro
de nuestros hijos ya sea para bien o para mal. Nuestras palabras tienen
la misma clase de poder que ejercían las palabras de Isaac. Debemos
hablar palabras amorosas de aprobación y aceptación, palabras que
animen, inspiren y motiven a nuestros hijos a alcanzar nuevas alturas.
Al hacer esto, estamos hablando bendiciones a sus vidas, estamos
hablando abundancia e incremento, estamos declarando el favor de Dios en
sus vidas.
Pero en demasiadas ocasiones, nos deslizamos a hablar
palabras duras que critican a nuestros hijos, constantemente encontrando
alguna falta en lo que nuestros hijos estén haciendo. “¿Por qué no
puedes salir mejor en tus notas?” No dejaste bien el jardín. Vete a
limpiar tu habitación, ¡parece un pocilga! No puedes hacer nada bien,
¿verdad?”
Palabras tan negativas causarán que nuestros hijos pierdan
ese sentido de valor que Dios ha puesto dentro de ellos. Como padres,
tenemos la responsabilidad ante Dios y la sociedad de entrenar a
nuestros hijos, de disciplinarles cuando desobedecen, de amorosamente
corregirles cuando toman malas decisiones, pero no debemos estar
constantemente regañándoles. Si usted habla continuamente palabras que
desaniman y desalientan, antes de mucho tiempo usted destruirá la imagen
propia de su hijo; y con sus palabras negativas, abrirá la puerta,
permitiendo que el enemigo traiga toda clase de inseguridad e
inferioridad a su vida. Millones de adultos hoy día están todavía
sufriendo los efectos de las palabras negativas que les hablaron sus
padres de niños.
Recuerde que si comete el error de constantemente hablar
palabras negativas sobre sus hijos, usted está maldiciendo su futuro.
Además, Dios le pedirá cuentas a usted por haber destruido su destino.
Con la autoridad viene responsabilidad, y usted tiene la responsabilidad
como autoridad espiritual sobre su hijo de asegurarse que se sienta
amado, aceptado y aprobado. Usted tiene la responsabilidad de bendecir a
sus hijos.
Además de eso, la mayoría de los niños desarrollan sus
conceptos de quién es Dios y cómo es Él de la imagen que tienen de sus
padres. Si su padre es malo, criticón y áspero, inevitablemente los
hijos crecerán con una manera distorsionada de ver a Dios. Si el padre
es amoroso, bondadoso, compasivo y justo, el hijo entenderá mejor el
carácter de Dios.
Una de las razones por las que hablo tanto de la bondad de
Dios es porque vi a mi padre ejemplificarla. Ninguna persona pudo haber
representado mejor a Dios ante los hijos Osteen que mi papá. Aun cuando
cometíamos un error o nos desviábamos, a la vez que mi papá se mantenía
firme, también era amoroso y bueno. Él nos guiaba al camino correcto
inmediatamente. Nunca usó tácticas ásperas para meternos de nuevo al
camino; nos amó hasta corregirnos y aunque era un hombre muy ocupado,
siempre tomaba tiempo para nosotros.
Nos animaba a hacer grandes cosas, a cumplir nuestros
sueños. Solía decir: “Joel, no hagas lo que yo quiero que hagas. Haz lo
que tú quieras hacer. Sigue tus propios sueños”.
Mi papá creía en mis hermanos y en mí. Nos decía que
éramos grandes, aun cuando sabíamos que no lo éramos, se refería a
nosotros como bendiciones aun y cuando sabíamos que no nos estábamos
comportando como bendición.
Mi mamá y mi papá criaron cinco hijos en nuestra casa. De
niños, no teníamos programas para niños como hoy en día los tienen en
muchas iglesias, todos nos reuníamos en el mismo auditorio. Mi
hermanita, April, y yo solíamos sentarnos en la primera fila de ese
antiguo edificio donde cabían unas doscientas personas. Jugábamos al
“gato” (o también conocido como “cruces y círculos”) durante toda la
reunión. (Estoy confesando esto para que usted sepa que todavía hay
esperanza para sus hijos. Yo no puse atención, y Dios me hizo un pastor.
¡Quién sabe qué hará con sus hijos!).
Mi papá estaría en la plataforma, y mi mamá nos tendría a
nosotros cinco en una fila, mientras alzaba sus manos, alabando a Dios
con sus ojos cerrados. Sin embargo, tenía la sorprendente habilidad, con
todo y sus ojos cerrados, de saber cuándo nos estábamos portando mal.
Eso me asombraba muchísimo. ¡Creo que era mi primera experiencia con el
poder sobrenatural de Dios! Veía a mi mamá para asegurarme que tenía
cerrados los ojos antes de hacer algo para molestar a mi hermano, Paul.
Sin perder un segundo, mi mamá bajaba lentamente una mano, con mucha
gracia me tomaba el brazo, ¡y me daba un fuerte pellizco! Yo hubiera
querido gritar pero sabía que lo mejor era no hacerlo. Y después, mi
mamá levantaría de nuevo su brazo para continuar alabando al Señor.
Pensaba: Mamá, tienes un don. ¡Eso es sobrenatural!
Estoy bromeando (un poco), pero el punto es que mis
hermanos y yo no éramos unos niños perfectos. Cometimos bastantes
errores, pero mis padres nunca se fijaron demasiado en nuestras
debilidades ni en los problemas. Siempre se enfocaban en las soluciones,
constantemente nos decían que éramos los mejores niños del mundo, y
crecimos sintiéndonos seguros, sabiendo que nuestros padres no sólo se
amaban, pero nos amaban y creían en nosotros, y nos apoyarían pasara lo
que pasara. Sabíamos que nunca nos criticarían ni condenarían, pero
siempre creerían lo mejor de nosotros.
Como crecí con la aceptación y aprobación de mis padres,
ahora, siendo padre yo, estoy practicando la misma clase de cosas con
mis hijos. Estoy hablando palabras de bendición a sus vidas que pasarán
de generación a generación, y yo sé que mis hijos transmitirán la bondad
de Dios a sus hijos, y así sucesivamente.
Una de las primeras cosas que hago al ver a mi hijito
Jonathan en la mañana, es decir: “Jonathan, eres lo mejor, hombre”.
Constantemente le estoy diciendo: “Jonathan, tú eres el regalo de Dios
para Mamá y para mí, te amamos; estamos orgullosos de ti; siempre te
apoyaremos”. Le digo a nuestra hija, Alexandra, la misma clase de cosas.
Antes de que se vayan a la cama, les digo a nuestros dos
hijos: “Papi siempre será tu mejor amigo”. Victoria y yo siempre les
estamos diciendo: “No hay nada que no puedes hacer. Tienes un futuro
emocionante ante ti. Estás rodeado del favor de Dios. Todo cuanto toques
prosperará”.
Victoria y yo creemos que tenemos tanto una oportunidad
como una responsabilidad de hablar las bendiciones de Dios a nuestros
hijos ahora, mientras están pequeños. ¿Por qué esperar hasta que sean
adolescentes, o estén en sus veinte años y por casarse, para comenzar a
orar que las bendiciones de Dios llenen sus vidas? No, estamos
declarando las bendiciones de Dios sobre ellos todos los días de su
vida. Y tenemos la plena convicción de que nuestras palabras impactarán a
nuestros hijos mucho después de que hayan crecido y tengan sus propios
hijos.
¿Qué está dejando usted a la siguiente generación? No es
suficiente sólo pensarlo; tiene que hablarlo. Una bendición no es una
bendición si no se habla y sus hijos necesitan oírle palabras como: “Te
amo. Creo en ti. Pienso que eres especial. No hay nadie como tú. Eres
único”. Necesitan escuchar su aprobación; necesitan sentir su amor;
necesitan su bendición.
Sus hijos pueden estar ya grandes, pero eso no debería
detenerle de tomar el teléfono para hablarles y animarles, decirles que
está orgulloso de ellos. Quizá usted no practicó bendecir a sus hijos
mientras crecían, pero no es demasiado tarde; comience a hacerlo ahora
mismo.
Las palabras no pueden ser retiradas
Jacob se presentó ante su padre Isaac, quien estaba
prácticamente ciego, pretendiendo ser su hermano Esaú. Aunque los ojos
de Isaac no veían tan bien, su inteligencia seguía intacta, por lo que
cuestionó: “Esaú, ¿en realidad eres tú?”
“Sí, Padre, soy yo”, mintió Jacob.
Isaac no quedó convencido, así que hizo acercar a su hijo.
Sólo cuando olió la ropa de Esaú se convenció al fin que era él y
entonces le dio a Jacob la bendición que en realidad le pertenecía a su
hermano mayor. Dijo algo como: “Que siempre tengas abundancia de grano y
vino. Que las naciones se postren ante ti y las personas siempre te
sirvan. Que seas Señor sobre tus hermanos. Que cualquiera que te maldiga
sea maldecido, y cualquiera que te bendiga sea bendecido.
Fíjese que Isaac declara cosas sobre el futuro de Jacob, y
si estudia la historia se dará cuenta de que esas cosas sí llegan a
cumplirse.
Por otro lado, poco después de haber salido Jacob de con
su padre, llegó Esaú. Él dijo: “Padre, siéntese; traje la comida que le
preparé”.
Ahora Isaac estaba confundido y dijo: “¿Quién eres tú?”
“Papá, soy Esaú, tu primogénito”. En ese punto, la Biblia
nos dice que Isaac comenzó a temblar violentamente, ya que se dio cuenta
de que había sido engañado. Le explicó a Esaú como Jacob, su hermano,
había llegado y con engaño se había robado la bendición.
Ahora llegamos a una parte sorprendente de esta terrible
historia de traición. Esaú comenzó a llorar en voz alta, diciendo:
“Padre, ¿no me puedes dar la bendición que le pertenece al hijo
primogénito?”
La respuesta de Isaac fue tanto perspicaz como poderosa:
“No, las palabras ya han salido, y no las puedo retirar. Dije que Jacob
sería bendecido, y él siempre será bendecido.
¿Logra ver el poder de nuestras palabras? ¿Percibe el
poder de declarar bendiciones sobre sus hijos? Isaac dijo: “Una vez que
hayan salido palabras, no las puedo retirar”. Él le dio una bendición
menos a Esaú, pero no fue tan significativa como la que le había dado a
Jacob.
Tenemos que tener muchísimo cuidado con lo que permitimos
salir de nuestra boca. La próxima vez que tenga la tentación de hablarle
mal a alguien, de menospreciar a su hijo o degradarle, recuerde, nunca
podrá retirar aquellas palabras. Una vez que las hablamos, toman una
vida propia.
Use sus palabras para bendecir a las personas. Deje de
criticar a su hijo y comience a declarar que tiene grandes cosas en su
futuro.
No deberíamos hablar jamás palabras negativas, ni
destructivas hacia nadie, en especial hacia las personas sobre quienes
ejercemos autoridad o influencia. Sólo porque usted tiene su propio
negocio o supervisa un gran número de empleados, eso no le da el derecho
de hablarles mal y hacer que se sientan mal consigo mismos. ¡Al
contrario! Dios le pedirá cuentas por lo que le dice a aquellos
individuos bajo su autoridad, y Él le juzgará con un criterio más
estricto. Debería de esforzarse para hablar palabras positivas que
edifican y animan.
De manera similar, es importante que un esposo entienda
que sus palabras ejercen tremendo poder en la vida de su esposa. Él
necesita bendecirla con sus palabras, ya que ella ha dado su vida para
amarlo y cuidarlo, para ser su pareja, para crear una familia juntos, y
para criar a sus hijos. Si siempre está encontrando algo mal en lo que
ella esté haciendo, si siempre está menospreciándola, él segará
terribles problemas en su matrimonio y en su vida.
Además, muchas mujeres hoy día se encuentran deprimidas y
se sienten emocionalmente abusadas porque sus maridos no las bendicen
con sus palabras. Una de las principales causas de crisis emocional
entre las mujeres casadas es el hecho de que no se sienten valoradas y
una de las razones principales por las que se da esta diferencia es
porque los esposos están conscientes o inconscientemente negando dar las
palabras de aprobación que tan desesperadamente desean las mujeres. Si
usted desea ver una obra milagrosa en su matrimonio, comience a alabar a
su pareja, comience a apreciarla y a animarla.
“Ah, mi esposa sabe que la amo”, dijo un señor mayor: “No
necesito decírselo, se lo dije hace cuarenta y dos años, al casarnos”.
No, ella necesita oírlo una y otra vez. Cada día, un
esposo debería decirle a su esposa: “Te amo”. Te aprecio. Eres la mejor
cosa que jamás me ha sucedido”. Una esposa debería hacer lo mismo por su
esposo, su relación mejoraría muchísimo si simplemente comenzara a
hablar palabras amables y positivas, bendiciendo a su pareja en lugar de
maldecirla.
Declare la bondad de Dios
Debe comenzar a declarar la bondad de Dios en su vida.
Declare confiadamente: “El rostro de Dios está resplandeciendo sobre mí,
y Él desea ser bueno conmigo”. Eso no es jactarse, así es cómo Dios
dice que seremos bendecidos, cuando empecemos a declarar su bondad.
Permíteme hacer algunas declaraciones a su vida:
- Declaro que usted es bendecido con la sabiduría
sobrenatural de Dios, y que tiene una dirección clara para su vida.
- Declaro que es bendecido con creatividad, con valentía, con habilidad y con abundancia.
- Declaro que es bendecido con una voluntad fuerte y con autocontrol y disciplina propia.
- Declaro que es bendecido con una magnífica familia, con
buenas amistades, con buena salud y con fe, con favor, con satisfacción y
realización.
- Declaro que es bendecido con éxito, con fuerza sobrenatural, con ascensos y con protección divina.
- Declaro que es bendecido con un corazón obediente y con una actitud positiva de la vida.
- Declaro que cualquier maldición que jamás se haya
hablado sobre usted, cualquier palabra mala o negativa dicha en contra
suya, será rota ahora mismo.
- Declaro que es bendecido en la ciudad; es bendecido en
el campo; es bendecido cuando entra; es bendecido cuando sale.
- Declaro que todo lo que hagan sus manos prosperará y saldrá bien.
- ¡Declaro que es bendecido!
Le
animo a recibir estas palabras y a que las medite; permita que penetren en lo
profundo de su corazón y su mente y se hagan una realidad en su vida. Practique
hacer algo parecido con su familia. Aprenda a hablar bendiciones sobre su vida,
sus amigos, su futuro. Recuerde que una bendición no es una bendición hasta que
es hablada. Si usted hace su parte y comienza a hablar audazmente las
bendiciones sobre su vida y las vidas de los que le rodean, Dios le proveerá de
todo lo que necesita para vivir la vida abundante que Él quiere que tenga.
Autor: Joel Osteen - Tomado del libro: Su mejor
vida ahora Editorial: Casa creación Porque enseñarle a su hijo a
orar