jueves, 27 de septiembre de 2012

Confias en Dios??

Jesús dice en el pasaje del Evangelio que nosotros nunca debemos ocultar la luz que él nos ha dado. Si queremos estar unidos a Cristo, todo lo que tenemos (que es de él), debe ser compartido con los demás, porque la naturaleza de Cristo es compartir todo lo que es bueno. Quedarnos con algo para nosotros mismos es ser muy diferentes a él; esto hace que su luz dentro de nosotros se debilite y lo poco a lo que intentamos aferrarnos se pierde.
Nuestra capacidad de amar como Cristo, por ejemplo, crece más fuerte cuando nosotros damos el amor por medio de sacrificio y de buena gana, como él lo hizo.


La primera lectura de hoy explica eso, para recibir las bendiciones de Dios, debemos tomar acciones inmediatas, siempre que podamos hacer algo que beneficie a los demás. No actuamos con amor cuando somos arrogantes y desagradables.


La bondad de Dios está siempre disponible a nosotros, pero para experimentarla más, tenemos que estar unidos a él en el compartir de su bondad con los demás. Cuándo nosotros tratamos bien a los demás, nosotros avivamos el fuego - hacemos la luz más fuerte - de nuestra unidad con Cristo, y en esa relación intima, nosotros experimentamos más de su amor y bondad incondicional.

Por lo contrario, rompemos esa unidad y ocultamos la luz de Cristo siempre que somos avaros en el amor, en las donaciones financieras, en las posesiones y con el uso de nuestros talentos y tiempo. Tal egoísmo viene del temor: Tenemos miedo que algo malo nos sucederá si regalamos más de que lo que hemos calculado que está seguro. ¡Y podríamos tener razón! Pero el amor incluye el sacrificio; el temor no es divino.


El temor es una oscuridad que cubre con una túnica la luz de Cristo. ¿Confiamos en Dios o no? El temor dice que no. ¿Creemos que Dios puede y hará que algo bueno resulte de algo malo?   El temor dice que no. El amor dice que sí, pero el amor no siempre es lógico ni está protegido del dolor. Somos recordados de eso cada vez que miramos una imagen de la crucifixión de Cristo.

Jesús dice, "Al que tiene, se le dará," pero sólo porque nosotros lo regalamos. Si limitamos nuestra generosidad y retenemos el amor o la bondad o cualquier otra bendición que Dios nos ha dado a nosotros, entonces nosotros limitamos el combustible de Dios para la llama. Y así, "al que no tiene, se le quitara hasta lo que cree tener". Es peligroso ocultar la luz de Cristo.

¿Qué tan encendida, entusiasmada e ilusionada está tú fe? ¿Está creciendo o marchitándose tú espíritu? ¿Qué estás reteniendo, protegiéndolo para ti mismo? Para llegar a estar más unido a Cristo y a toda su bondad, mira dentro de ti y ponte en contacto con la alegría que sentirías si te deshicieras de los temores que han estado oscureciendo tú vida.


tomado de: Refexiones para el alma

Piensa para hablar

Las palabras son sagradas 

 ¿Por qué somos tan descuidados con ellas? 

Asumimos que las palabras de mal gusto pierden su poder dañino después de que son olvidadas, pero de hecho todas las palabras se ondean por el tiempo con bendiciones o destrucciones.

Las palabras duras que nos dijeron cuando éramos niños todavía nos controlan hoy a menos que las sometamos a un proceso curativo. Las palabras de orientación e instrucción que fueron basadas en equivocaciones continúan manipulando nuestra vida y pensamiento hasta que las remplacemos con la verdad. Las palabras de elogio continúan animándonos mucho tiempo después, aunque no podamos recordar cómo, ni por qué. 

¿Cómo te sientes cuando alguien te tira hacia un lado y te dice, "Puedo hablar contigo"? Entre más espantoso es eso, más curación necesitas de las palabras destructivas de tú pasado. 

Las palabras son poderosas. Ellas no pueden ser borradas una vez que han sido escuchadas. Para ser como Jesús, nosotros debemos desarrollar autocontrol para verificar cada pensamiento, humor y palabra antes de que salgan de nuestras bocas. Nosotros estamos tan acostumbrados a permitir que nuestras lenguas se muevan libremente que pensamos que esto es imposible, pero no lo es - no si nos tranquilizamos y oramos constantemente para permitir que el Espíritu Santo inspire nuestras palabras. 

¡Si nosotros no podemos hacer eso, entonces nosotros debemos tomar un voto de silencio por un día o dos y hacernos a la idea que nuestra lengua si puede ser controlada! 
Las palabras se cumplen. Nosotros siempre debemos decir lo que pensamos y pensar lo que decimos y asegurarnos de que todo glorifica a Dios u honra a su reino o por lo menos respeta sus maneras. Cualquier otra manera de hablar es sacrílega. 

Esta es la lección que la primera lectura nos enseña. Cuándo nosotros hablamos como si supiéramos la verdad, mientras rompemos los mandamientos de la Palabra de Dios, nosotros destruimos la santidad de nuestras palabras; somos mentirosos. Cada palabra impía niega a Dios. Ellas demuestran una falta de amor por él. Ellas retienen su amor de las personas que nos escuchan. 

La Palabra de Dios es una lámpara para nuestros pies, como dice en el Salmo Responsorial. Que nuestras palabras siempre reflejen esa luz para que, con Jesús, nosotros ayudemos a guiar a los demás en el sendero de la rectitud. Las palabras sagradas son lo suficientemente poderosas como para conquistar a demonios y curar enfermedades, como leemos en el pasaje del Evangelio. Pidamos que podamos aprender a aprovechar el poder de las palabras. 

¡Amén! ¡


 tomado de Reflexiones para el alma

martes, 28 de agosto de 2012

Enseñar a los hijos


“Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre”.
Proverbios 1.8

Por lo general, este versículo se les lee a los chicos cuando uno quiere que estos obedezcan a sus padres. El problema se suscita cuando el niño contesta “mi padre no me instruyó ni mi madre me dirigió”.

Por eso, como padres, necesitamos ser buenos ejemplos ya que no se puede enseñar lo que no se vive, porque esa enseñanza carece de autoridad espiritual y moral.

La educación financiera de un niño es importante para su futuro, pues, se dedique a lo que se dedique, tendrá que tratar con dinero, y el saber hacerlo o no le facilitará o le dificultará el desarrollo de su vida.

Los padres cumplimos un rol fundamental en este sentido, porque es una de nuestras responsabilidades y por lo general ni siquiera en los buenos colegios se enseña este tipo de cuestiones.

Es fundamental tener en cuenta lo siguiente:

Hacerlos participar de la economía familiar, que conozcan la realidad económica de la familia sin preocuparlos pero sin evadirlos, para que puedan madurar.
Deben entender que a veces se puede gastar y a veces no, y que otras tantas se deben sacrificar cosas como las vacaciones en pro de comprar, por ejemplo, la casa propia.

Permitir que se administren: darles para sus gastos y que aprendan a manejarse, incluso enseñándoles a hacer su propio presupuesto mensual de gastos.

Desafiarlos a tener metas, enseñarles a ahorrar y a sacrificarse por lo que desean, desarrollando en ellos un sentido de recompensa y no de gratificación.

Bendecirlos y no maldecirlos, enseñarles a diezmar y a ofrendar generosamente, ya que “es más bienaventurado dar que recibir”, y esto les permitirá prosperar económicamente.

Asistirlos en momentos clave: 2 Corintios 12.14 dice que “no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos”, esto significa proveer para el futuro de ellos y no serles carga.
También Proverbios 19.14 dice que “la casa y las riquezas son herencia de los padres, mas de Jehová la mujer prudente”, o sea, debemos dejar de preocuparnos por con quién se van a casar nuestros hijos y empezar a ocuparnos de con qué se van a casar, ya que de la persona se ocupa Jehová, pero de la casa y las riquezas nos debemos ocupar los padres.


Yo bendigo tu vida para que puedas instruir y dirigir a tus hijos conforme los principios de la Palabra de Dios; y puedas ser un verdadero ejemplo para ellos, bendiciendo de esta forma a las futuras generaciones.


por:  pastor daniel gonzalez,  http://www.iglesiadelcentro.org/

sábado, 28 de julio de 2012

Use un vocabulario de bendición

Como padres, podemos afectar profundamente la dirección que toman las vidas de nuestros hijos por medio de las palabras que les hablamos. Yo creo que como matrimonio podemos delinear la dirección para toda nuestra familia. Como negociante, puede ayudar a determinar la dirección para sus empleados. Con nuestras palabras, tenemos la habilidad de ayudar a moldear y formar el futuro de cualquier persona sobre quien tengamos influencia.

Y cada uno de nosotros tiene influencia sobre alguna otra persona. Usted posiblemente no considere ser un líder, pero sin embargo, sí tiene un círculo de influencia, alguna persona o grupo que le respeta. Aun si usted es un adolescente, alguien valora su opinión. Es vital que hablemos “cosas buenas” a las vidas sobre las cuales tenemos influencia. Eso no quiere decir que nunca estaremos en desacuerdo con ellos o que nunca tendremos que confrontarles o corregirles, pero el tono general de nuestras palabras a ellos deberá ser positivo.


Una madre bien intencionada constantemente regañaba a su hijo adolescente: “Eres tan flojo; ¡nunca serás algo bueno! Si no te comportas, nunca lograrás entrar en la universidad. Lo más seguro es que terminarás metiéndote en problemas”.


Esa clase de palabras negativas destruirá más rápidamente a una persona de lo que se imagina. No puede hablar negativamente de alguien en un momento, y después salir y esperar que esa persona sea bendecida. Si usted quiere que sus hijos sean productivos y que tengan éxito, usted necesita declarar palabras de vida sobre ellos en lugar de predicciones de mal y desesperación. La Escritura nos recuerda que con nuestras palabras podemos bendecir o maldecir a las personas.


Las personas en el Antiguo Testamento tenían muy claro el poder que ejercía la bendición. Al acercarse el patriarca de la familia a la senilidad o a la muerte, los hijos mayores se juntaban al lado de su padre, luego él colocaba sus manos sobre la cabeza de cada hijo y hablaba palabras amorosas y llenas de fe sobre ellos y sobre su futuro. Estas frases se conocían como “la bendición”. La familia estaba consciente de que eran más que el último testamento del padre; estas palabras llevaban consigo la autoridad espiritual y tenían la habilidad de traer éxito, prosperidad y salud a su futuro.


En muchas ocasiones, los hijos aun se peleaban por la bendición del padre. No se estaban peleando por el dinero que pudieran heredar, ni tampoco por el negocio familiar. No, ellos se peleaban por esas palabras llenas de fe porque sabían que si recibían la bendición de su padre, las riquezas y el éxito serían las consecuencias naturales de ella. Y más que eso, deseaban profundamente recibir la bendición de una persona a quien amaban y respetaban.


Uno de los relatos bíblicos más sorprendentes sobre el poder de la bendición nos llega a través de las vidas de Jacob y Esaú, los dos hijos de Isaac. Jacob deseaba recibir la bendición de su padre, no cualquier bendición, sino una bendición que le pertenecía legítimamente al hijo primogénito de la familia. Isaac estaba viejo, cercano a la muerte, y prácticamente ciego. Un día llamó a su hijo, Esaú, y le dijo: “Esaú, ve y mata un animal y prepárame una comida, y te daré la bendición que le pertenece al hijo primogénito”. Pero la madre de Jacob, Raquel, escuchó esta conversación. Raquel amaba a Jacob más que a Esaú, así que le dijo a Jacob que se pusiera la ropa de Esaú con la intención de engañar a Isaac para que le diera a él la bendición. Entonces preparó una de las comidas preferidas de Isaac.


Mientras Esaú andaba de cacería, ella le dijo a Jacob: “Ve a tu padre y preséntale esta comida, y él te dará la bendición que en realidad le pertenece a tu hermano”.


Jacob reconoció la seriedad de este fingimiento y dijo: “Pero Mamá, ¿qué pasa si él se da cuenta que estoy mintiendo, y me maldice en lugar de bendecidme? ¡Seré maldecido por el resto de mi vida!”


Medite eso. Jacob entendía que él estaba arriesgando todo su futuro con este truco, estaba consciente de que las palabras que hablara su padre sobre él le impactarían, ya fuera para bien o mal, por el resto de su vida.


Declare el favor de Dios


Reconozcámoslo o no, nuestras palabras afectan el futuro de nuestros hijos ya sea para bien o para mal. Nuestras palabras tienen la misma clase de poder que ejercían las palabras de Isaac. Debemos hablar palabras amorosas de aprobación y aceptación, palabras que animen, inspiren y motiven a nuestros hijos a alcanzar nuevas alturas. Al hacer esto, estamos hablando bendiciones a sus vidas, estamos hablando abundancia e incremento, estamos declarando el favor de Dios en sus vidas.


Pero en demasiadas ocasiones, nos deslizamos a hablar palabras duras que critican a nuestros hijos, constantemente encontrando alguna falta en lo que nuestros hijos estén haciendo. “¿Por qué no puedes salir mejor en tus notas?” No dejaste bien el jardín. Vete a limpiar tu habitación, ¡parece un pocilga! No puedes hacer nada bien, ¿verdad?”


Palabras tan negativas causarán que nuestros hijos pierdan ese sentido de valor que Dios ha puesto dentro de ellos. Como padres, tenemos la responsabilidad ante Dios y la sociedad de entrenar a nuestros hijos, de disciplinarles cuando desobedecen, de amorosamente corregirles cuando toman malas decisiones, pero no debemos estar constantemente regañándoles. Si usted habla continuamente palabras que desaniman y desalientan, antes de mucho tiempo usted destruirá la imagen propia de su hijo; y con sus palabras negativas, abrirá la puerta, permitiendo que el enemigo traiga toda clase de inseguridad e inferioridad a su vida. Millones de adultos hoy día están todavía sufriendo los efectos de las palabras negativas que les hablaron sus padres de niños.


Recuerde que si comete el error de constantemente hablar palabras negativas sobre sus hijos, usted está maldiciendo su futuro. Además, Dios le pedirá cuentas a usted por haber destruido su destino. Con la autoridad viene responsabilidad, y usted tiene la responsabilidad como autoridad espiritual sobre su hijo de asegurarse que se sienta amado, aceptado y aprobado. Usted tiene la responsabilidad de bendecir a sus hijos.


Además de eso, la mayoría de los niños desarrollan sus conceptos de quién es Dios y cómo es Él de la imagen que tienen de sus padres. Si su padre es malo, criticón y áspero, inevitablemente los hijos crecerán con una manera distorsionada de ver a Dios. Si el padre es amoroso, bondadoso, compasivo y justo, el hijo entenderá mejor el carácter de Dios.


Una de las razones por las que hablo tanto de la bondad de Dios es porque vi a mi padre ejemplificarla. Ninguna persona pudo haber representado mejor a Dios ante los hijos Osteen que mi papá. Aun cuando cometíamos un error o nos desviábamos, a la vez que mi papá se mantenía firme, también era amoroso y bueno. Él nos guiaba al camino correcto inmediatamente. Nunca usó tácticas ásperas para meternos de nuevo al camino; nos amó hasta corregirnos y aunque era un hombre muy ocupado, siempre tomaba tiempo para nosotros.


Nos animaba a hacer grandes cosas, a cumplir nuestros sueños. Solía decir: “Joel, no hagas lo que yo quiero que hagas. Haz lo que tú quieras hacer. Sigue tus propios sueños”.


Mi papá creía en mis hermanos y en mí. Nos decía que éramos grandes, aun cuando sabíamos que no lo éramos, se refería a nosotros como bendiciones aun y cuando sabíamos que no nos estábamos comportando como bendición.


Mi mamá y mi papá criaron cinco hijos en nuestra casa. De niños, no teníamos programas para niños como hoy en día los tienen en muchas iglesias, todos nos reuníamos en el mismo auditorio. Mi hermanita, April, y yo solíamos sentarnos en la primera fila de ese antiguo edificio donde cabían unas doscientas personas. Jugábamos al “gato” (o también conocido como “cruces y círculos”) durante toda la reunión. (Estoy confesando esto para que usted sepa que todavía hay esperanza para sus hijos. Yo no puse atención, y Dios me hizo un pastor. ¡Quién sabe qué hará con sus hijos!).


Mi papá estaría en la plataforma, y mi mamá nos tendría a nosotros cinco en una fila, mientras alzaba sus manos, alabando a Dios con sus ojos cerrados. Sin embargo, tenía la sorprendente habilidad, con todo y sus ojos cerrados, de saber cuándo nos estábamos portando mal. Eso me asombraba muchísimo. ¡Creo que era mi primera experiencia con el poder sobrenatural de Dios! Veía a mi mamá para asegurarme que tenía cerrados los ojos antes de hacer algo para molestar a mi hermano, Paul. Sin perder un segundo, mi mamá bajaba lentamente una mano, con mucha gracia me tomaba el brazo, ¡y me daba un fuerte pellizco! Yo hubiera querido gritar pero sabía que lo mejor era no hacerlo. Y después, mi mamá levantaría de nuevo su brazo para continuar alabando al Señor.


Pensaba: Mamá, tienes un don. ¡Eso es sobrenatural!


Estoy bromeando (un poco), pero el punto es que mis hermanos y yo no éramos unos niños perfectos. Cometimos bastantes errores, pero mis padres nunca se fijaron demasiado en nuestras debilidades ni en los problemas. Siempre se enfocaban en las soluciones, constantemente nos decían que éramos los mejores niños del mundo, y crecimos sintiéndonos seguros, sabiendo que nuestros padres no sólo se amaban, pero nos amaban y creían en nosotros, y nos apoyarían pasara lo que pasara. Sabíamos que nunca nos criticarían ni condenarían, pero siempre creerían lo mejor de nosotros.


Como crecí con la aceptación y aprobación de mis padres, ahora, siendo padre yo, estoy practicando la misma clase de cosas con mis hijos. Estoy hablando palabras de bendición a sus vidas que pasarán de generación a generación, y yo sé que mis hijos transmitirán la bondad de Dios a sus hijos, y así sucesivamente.


Una de las primeras cosas que hago al ver a mi hijito Jonathan en la mañana, es decir: “Jonathan, eres lo mejor, hombre”. Constantemente le estoy diciendo: “Jonathan, tú eres el regalo de Dios para Mamá y para mí, te amamos; estamos orgullosos de ti; siempre te apoyaremos”. Le digo a nuestra hija, Alexandra, la misma clase de cosas.


Antes de que se vayan a la cama, les digo a nuestros dos hijos: “Papi siempre será tu mejor amigo”. Victoria y yo siempre les estamos diciendo: “No hay nada que no puedes hacer. Tienes un futuro emocionante ante ti. Estás rodeado del favor de Dios. Todo cuanto toques prosperará”.


Victoria y yo creemos que tenemos tanto una oportunidad como una responsabilidad de hablar las bendiciones de Dios a nuestros hijos ahora, mientras están pequeños. ¿Por qué esperar hasta que sean adolescentes, o estén en sus veinte años y por casarse, para comenzar a orar que las bendiciones de Dios llenen sus vidas? No, estamos declarando las bendiciones de Dios sobre ellos todos los días de su vida. Y tenemos la plena convicción de que nuestras palabras impactarán a nuestros hijos mucho después de que hayan crecido y tengan sus propios hijos.


¿Qué está dejando usted a la siguiente generación? No es suficiente sólo pensarlo; tiene que hablarlo. Una bendición no es una bendición si no se habla y sus hijos necesitan oírle palabras como: “Te amo. Creo en ti. Pienso que eres especial. No hay nadie como tú. Eres único”. Necesitan escuchar su aprobación; necesitan sentir su amor; necesitan su bendición.


Sus hijos pueden estar ya grandes, pero eso no debería detenerle de tomar el teléfono para hablarles y animarles, decirles que está orgulloso de ellos. Quizá usted no practicó bendecir a sus hijos mientras crecían, pero no es demasiado tarde; comience a hacerlo ahora mismo.


Las palabras no pueden ser retiradas


Jacob se presentó ante su padre Isaac, quien estaba prácticamente ciego, pretendiendo ser su hermano Esaú. Aunque los ojos de Isaac no veían tan bien, su inteligencia seguía intacta, por lo que cuestionó: “Esaú, ¿en realidad eres tú?”

“Sí, Padre, soy yo”, mintió Jacob.

Isaac no quedó convencido, así que hizo acercar a su hijo. Sólo cuando olió la ropa de Esaú se convenció al fin que era él y entonces le dio a Jacob la bendición que en realidad le pertenecía a su hermano mayor. Dijo algo como: “Que siempre tengas abundancia de grano y vino. Que las naciones se postren ante ti y las personas siempre te sirvan. Que seas Señor sobre tus hermanos. Que cualquiera que te maldiga sea maldecido, y cualquiera que te bendiga sea bendecido.

Fíjese que Isaac declara cosas sobre el futuro de Jacob, y si estudia la historia se dará cuenta de que esas cosas sí llegan a cumplirse.

Por otro lado, poco después de haber salido Jacob de con su padre, llegó Esaú. Él dijo: “Padre, siéntese; traje la comida que le preparé”.

Ahora Isaac estaba confundido y dijo: “¿Quién eres tú?”

“Papá, soy Esaú, tu primogénito”. En ese punto, la Biblia nos dice que Isaac comenzó a temblar violentamente, ya que se dio cuenta de que había sido engañado. Le explicó a Esaú como Jacob, su hermano, había llegado y con engaño se había robado la bendición.


Ahora llegamos a una parte sorprendente de esta terrible historia de traición. Esaú comenzó a llorar en voz alta, diciendo: “Padre, ¿no me puedes dar la bendición que le pertenece al hijo primogénito?”


La respuesta de Isaac fue tanto perspicaz como poderosa: “No, las palabras ya han salido, y no las puedo retirar. Dije que Jacob sería bendecido, y él siempre será bendecido.


¿Logra ver el poder de nuestras palabras? ¿Percibe el poder de declarar bendiciones sobre sus hijos? Isaac dijo: “Una vez que hayan salido palabras, no las puedo retirar”. Él le dio una bendición menos a Esaú, pero no fue tan significativa como la que le había dado a Jacob.


Tenemos que tener muchísimo cuidado con lo que permitimos salir de nuestra boca. La próxima vez que tenga la tentación de hablarle mal a alguien, de menospreciar a su hijo o degradarle, recuerde, nunca podrá retirar aquellas palabras. Una vez que las hablamos, toman una vida propia.


Use sus palabras para bendecir a las personas. Deje de criticar a su hijo y comience a declarar que tiene grandes cosas en su futuro.


No deberíamos hablar jamás palabras negativas, ni destructivas hacia nadie, en especial hacia las personas sobre quienes ejercemos autoridad o influencia. Sólo porque usted tiene su propio negocio o supervisa un gran número de empleados, eso no le da el derecho de hablarles mal y hacer que se sientan mal consigo mismos. ¡Al contrario! Dios le pedirá cuentas por lo que le dice a aquellos individuos bajo su autoridad, y Él le juzgará con un criterio más estricto. Debería de esforzarse para hablar palabras positivas que edifican y animan.


De manera similar, es importante que un esposo entienda que sus palabras ejercen tremendo poder en la vida de su esposa. Él necesita bendecirla con sus palabras, ya que ella ha dado su vida para amarlo y cuidarlo, para ser su pareja, para crear una familia juntos, y para criar a sus hijos. Si siempre está encontrando algo mal en lo que ella esté haciendo, si siempre está menospreciándola, él segará terribles problemas en su matrimonio y en su vida.


Además, muchas mujeres hoy día se encuentran deprimidas y se sienten emocionalmente abusadas porque sus maridos no las bendicen con sus palabras. Una de las principales causas de crisis emocional entre las mujeres casadas es el hecho de que no se sienten valoradas y una de las razones principales por las que se da esta diferencia es porque los esposos están conscientes o inconscientemente negando dar las palabras de aprobación que tan desesperadamente desean las mujeres. Si usted desea ver una obra milagrosa en su matrimonio, comience a alabar a su pareja, comience a apreciarla y a animarla.


“Ah, mi esposa sabe que la amo”, dijo un señor mayor: “No necesito decírselo, se lo dije hace cuarenta y dos años, al casarnos”.


No, ella necesita oírlo una y otra vez. Cada día, un esposo debería decirle a su esposa: “Te amo”. Te aprecio. Eres la mejor cosa que jamás me ha sucedido”. Una esposa debería hacer lo mismo por su esposo, su relación mejoraría muchísimo si simplemente comenzara a hablar palabras amables y positivas, bendiciendo a su pareja en lugar de maldecirla.


Declare la bondad de Dios


Debe comenzar a declarar la bondad de Dios en su vida. Declare confiadamente: “El rostro de Dios está resplandeciendo sobre mí, y Él desea ser bueno conmigo”. Eso no es jactarse, así es cómo Dios dice que seremos bendecidos, cuando empecemos a declarar su bondad.


Permíteme hacer algunas declaraciones a su vida:


- Declaro que usted es bendecido con la sabiduría sobrenatural de Dios, y que tiene una dirección clara para su vida.


- Declaro que es bendecido con creatividad, con valentía, con habilidad y con abundancia.


- Declaro que es bendecido con una voluntad fuerte y con autocontrol y disciplina propia.


- Declaro que es bendecido con una magnífica familia, con buenas amistades, con buena salud y con fe, con favor, con satisfacción y realización.


- Declaro que es bendecido con éxito, con fuerza sobrenatural, con ascensos y con protección divina.


- Declaro que es bendecido con un corazón obediente y con una actitud positiva de la vida.


- Declaro que cualquier maldición que jamás se haya hablado sobre usted, cualquier palabra mala o negativa dicha en contra suya, será rota ahora mismo.


- Declaro que es bendecido en la ciudad; es bendecido en el campo; es bendecido cuando entra; es bendecido cuando sale.


- Declaro que todo lo que hagan sus manos prosperará y saldrá bien.


- ¡Declaro que es bendecido!

Le animo a recibir estas palabras y a que las medite; permita que penetren en lo profundo de su corazón y su mente y se hagan una realidad en su vida. Practique hacer algo parecido con su familia. Aprenda a hablar bendiciones sobre su vida, sus amigos, su futuro. Recuerde que una bendición no es una bendición hasta que es hablada. Si usted hace su parte y comienza a hablar audazmente las bendiciones sobre su vida y las vidas de los que le rodean, Dios le proveerá de todo lo que necesita para vivir la vida abundante que Él quiere que tenga.

Autor: Joel Osteen - Tomado del libro: Su mejor vida ahora Editorial: Casa creación Porque enseñarle a su hijo a orar