miércoles, 9 de mayo de 2012

Jugar es un placer

Por qué es tan importante jugar?

Para el bebé y el niño, jugar es la manera de descubrir, explorar y conocer el mundo.

Es su actividad principal. Una experiencia creadora constante.

Y para poder desarrollarla adecuadamente necesita, desde los inicios de su vida, poder hacerlo en un ámbito confiable que le dé seguridad, donde pueda usar todos sus sentidos, para a partir de allí ir desarrollando funciones más complejas tales como sentir, percibir, intuir, pensar.

Jugar es la posibilidad de construir un espacio y un tiempo especial donde todo es posible.

Es encontrarse con los propios deseos, intereses, afectos, y con el placer... "porque si" de jugar, más allá de los resultados visibles que obtenga.

Es entrar en un mundo de sensaciones y ponerlas en acción, incluso aun cuando no se ha adquirido el lenguaje.

Jugar es un asunto serio

Generalmente se asocia el juego con diversión, pasatiempo, entretenimiento.

¿Pero el jugar...es sólo eso?

NO, es mucho más que eso. Es el factor dominante de la vida infantil. Es su actividad y "trabajo por excelencia". Jugar es crecer.

Desde que el bebé nace, ya en sus momentos de alimentación, disfruta del acto de alimentarse mas allá de nutrirse de la leche materna. Este es su primer "jugar", con el pecho, con la mirada, con los gestos, con la mamá.

Chupar objetos, manipularlos, golpear, arrojar, buscar, sacar, poner, esconder, etc., serán las maneras que tendrá de desplegar todas sus posibilidades y potencialidades afectivas e intelectuales.

Y también de conocer su cuerpo y de recrear la realidad en la que vive. 

¿Hay diferentes modos de jugar?

Las maneras de jugar van cambiando a medida que los chicos crecen y se desarrollan en lo físico, psíquico y social.

Los primeros juegos son los funcionales; estos son aquellos en que el bebé está "jugando" aunque a veces no nos demos cuenta de ello.

¿Cómo? El bebé tiende a prolongar las sensaciones placenteras repitiendo una y otra vez una actividad o un movimiento, con el fin de mantener ese placer que en un primer momento obtuvo por casualidad. Así logra con el tiempo realizar esto con mayor seguridad, lo que le da mucha alegría y confianza en sí mismo.

Con la aparición del lenguaje, esta repetición física se traslada a las palabras. Repite sonidos, ruidos, palabras, como una manera de comenzar a dominar esta nueva posibilidad que se le abre en el mundo: la comunicación verbal. 

Nuevamente, en un inicio lo hace por el placer mismo de experimentar sensaciones nuevas, y con el tiempo comenzará a desarrollar el juego simbólico que se da durante el segundo año de vida, donde su forma de jugar comenzará a complejizarse y hasta podrá imitar o dramatizar situaciones familiares vividas por él (jugar a la mamá, al doctor, jugar a alimentar o dormir a un muñeco, etc.).

¿Cúales son los "mejores juegos"?

Son aquellos que el bebé o el niño eligen espontáneamente. Podremos ofrecerle muchas alternativas (ositos de colores brillantes y texturas suaves, sonajeros musicales, móviles de colores, cuneros) pero él elegirá quizás... el llavero de casa.

Cualquier situación u objeto puede convertirse en algo para jugar. Lo importante es poder mirar y acompañar a los chicos en esta constante y placentera tarea de experimentar, de conocerse y conocer el mundo. Y jugarse junto con ellos en la aventura de vivir la vida.
¿Vamos a jugar? 

Tomado de:  www.planetamama.com.ar

Qué hacer cuando los hermanos se pelean (4 a 10 años)

Las peleas entre hermanos no se terminan cuando uno de ellos deja de llevarse a la boca los juguetes del otro, sino que siguen y por lo general no se resuelven hasta la adolescencia.

Cuando los hermanos que tienen entre 4 y 10 años se pelean, los motivos pueden seguir siendo el uso de los juguetes y los celos, pero también aparecen otros que son propios de niños más grandecitos: quién se baña primero, quién desordenó y quién no –y por ese motivo no quiere guardar-, las invitaciones de amigos –uno invita y el otro quiere invitar, o invitan sólo a uno y eso genera conflictos-, las actividades que puede hacer uno sí y otro no debido a la diferencia de edad –por ejemplo un chiquito de 4 no puede patinar sobre hielo, pero su hermano de 10, sí-, las diferencias que existen entre ellos a la hora de elegir un programa –uno quiere ir al cine y el otro prefiere alquilar un video-, etc.

Las razones son infinitas e incluyen los tan inciertos “me miró mal” o “me habló mal” que muchas veces deja a los padres sin saber cómo intervenir. Por eso vale insistir en el hecho de que las peleas entre hermanos son esperables y que, como regla general, los padres deben ser neutrales y abstenerse de opinar, retar y participar, salvo que la situación se vuelva insostenible.

Y a la hora de las penitencias, siempre conviene que sean para los dos, porque la mayoría de las veces es muy difícil desentrañar “quién empezó” o “quién tiene la culpa” y los padres deben evitar todo lo posible ponerse en el lugar de jueces. Hacer cumplir las penitencias y mostrar “un frente común” entre ambos padres –y no discutir sobre criterios de crianza, o si corresponde o no una penitencia delante de los chicos- también es fundamental para que los chicos tengan un límite claro que les de seguridad.

Cuando los chicos acuden a sus padres a decirles que su hermano hizo –o no hizo- tal o cual cosa, los padres no deben incluirse inmediatamente: “Andá y decile que eso no te gusta” y “Resuélvanlo entre ustedes” son dos frases para devolverles la responsabilidad sobre la situación. Y hay que tener en cuenta que si los padres actúan permanentemente como mediadores y jueces entre sus hijos, no los ayudan a aprender a resolver sus conflictos por su cuenta, lo cual dificulta el camino hacia la autonomía.

Los diferentes permisos que pueden tener los hermanos también suelen ser fuente de pelea y enojo, porque si el de 10 años puede ir solo al kiosco a buscar el diario, el de 4 también va a querer hacerlo. Por eso un detalle importante para tener en cuenta a la hora de tratar de ser “justos” con los hijos –cuando no queda otra opción más que intervenir en una pelea-, es recordar que lo más adecuado no es darles a los dos lo mismo, sino a cada uno lo que necesita. Y eso hay que enseñárselos en el día a día.

Tomado de: http://www.planetamama.com.ar

lunes, 23 de abril de 2012

Madres que trabajan




1. La mujer "plena": Las películas y la publicidad en la TV nos muestran a la "mujer realizada o plena": trabaja en forma eficiente fuera de casa, en el hogar atiende a su marido y cuida a sus hijos. En "sus ratos libres" practica algún deporte para mantenerse delgada y va a la peluquería pues tiene una cena a la noche.

Generalmente la realidad no es tan así. En el trabajo debe luchar en forma desigual en un mundo masculinizado. Al salir del trabajo hay que hacer las compras del super: el dulce que falta en el desayuno, el regalito para el cumpleaños del amiguito del nene, la crema de afeitar para el marido... Al llegar a la casa muchas veces hay que corregir lo que hizo la empleada. -Los exámenes de los chicos que ya llegan otra vez!, y como el padre le dijo que atienda un poco más esa parte, hay que revisar los deberes y tomarles la lección.

También preparar los uniformes para mañana, con ese barro que no sale, ponerlos en el secarropas, pues con la lluvia no se secan. "¿Qué hay para cenar?", preguntan mientras miran la tele. Claro que al final llega la hora de acostarse y descansar... si es que no viene el chico con: "Mamá, para mañana tengo que llevar un cuaderno de 50 hojas... forrado".

Después de todo eso surgen los dolores en el cuello y la espalda, algunos tics nerviosos, dificultades para conciliar el sueño. Claro que siempre está la voz sabia del que aconseja: "Lo que pasa es que te preocupas demasiado por las cosas, trata de relajarte".

2. Un costo muy alto: Sin temor a equivocarnos podemos decir que el "precio" de salir a trabajar es elevado. La mujer sigue con la responsabilidad de atender la casa y la familia.

A nadie se le ocurre hoy plantearse el hecho de si es conveniente o no que la mujer trabaje.

Algunas lo hacen por necesidad, otras por desarrollar sus intereses personales o profesionales.

Pero mientras van adquiriendo nuevos roles, éstos se suman a los anteriores.

Para ser una madre es primordial entregar amor al niño en una actitud tranquila y satisfecha. Si al quedarse en casa lo hace con resentimientos y frustración, que atribuye concretamente a los "sacrificios" que debe hacer por el hijo, la compañía que entrega, estar hecha sin alegría y no ser fuente de seguridad afectiva.

3. Ventajas y desventajas: Entre las ventajas está la ampliación del mundo cultural por los mayores contactos que tiene, el aumento de la seguridad e independencia económicas.

Desventajas: destacan la ausencia prolongada de la casa y sobrecarga del trabajo doméstico. El riesgo mayor es que el cansancio y las tensiones la pongan de mal humor, se irrite fácilmente, y esté poco dispuesta a compartir su tiempo libre con sus hijos.

Si esto sucede ser conveniente plantearse, quizás no el trabajo, pero si la forma de asumirlo, y estudiar la posibilidad de que el trabajo de la casa sea compartido.

4. ¿Qué necesitan los niños?: Los niños necesitan una madre atenta y preocupada de sus intereses para sentirse felices y valorados. El corto tiempo que se dispone para los hijos debe ser compensado por la "calidad" de él. Pero es bueno no hacerse trampas: un mínimo de tiempo con ellos es esencial.

Quizás es bueno realizar en forma entretenida algunas cosas juntos, como las compras, pegar botones. En este compartir, los niños pueden aprender a hacer las cosas en forma autónoma.

Si el perfeccionismo no es una virtud, sino un defecto, en las madres que trabajan fuera de casa es especialmente aconsejable "erradicar" la obsesión por un orden o limpieza perfectos. Si no se logra, tal vez toda su energía se agote en el orden, y pierda la capacidad de recibir, sentir y expresar ternura.

Es posible que las mujeres que culpan al trabajo por ser incapaces de expresar amor y por no poder dedicarse a los niños, aunque estuvieran en casa, de nada les serviría.

Una mamá que quiere a sus hijos encontrará tiempo y forma para entregarles ternura y afecto.

El padre es el mejor amigo?


"Mi hijo no confía en mí. Le he dicho que el padre es el mejor amigo, que me diga lo que le pasa, que no tenga miedo, pero ... no sé qué hacer. No tengo influencia sobre él. Ud. no sabe cuanto me duele. ¡El padre es el mejor amigo! ¡Pura teoría!".

Por razones de exposición hemos singularizado, pero con diferencia de matices, podríamos decir: los padres, padre y madre. Hoy se recuerda a los padres que deben hablar con sus hijos adolescentes lástima es que, para muchos, el consejo llega demasiado tarde.

Mucha gente cree que va a conseguir entablar el diálogo con su hijo cuando éste llegue a la pubertad sin haberlo iniciado anteriormente; y, lo que es mas grave, cuando han interpuesto ente ellos y su hijo un muro difícil de derribar: los malos hábitos educativos de los. padres como las malas costumbres permitidas a los hijos, no son fáciles de superar.

La amistad solo se da entre pares.

La amistad, en al sentido estricto, no puede darse entre padres e hijos. El intercambio que la amistad implica solo puede alcanzarse entre pares. El hijo -niño, adolescente o joven- puede llegar a confiar en el padre sus problemas y sus más íntimas experiencias, actitud que no puede darse a la inversa. El hijo no puede comprender y asimilar los problemas del padre. Padres e hijos no son pares. En cambio, en un sentido amplio, tal amistad posible: el padre puede llegar a ser, si no el "mejor amigo", al menos un amigo.

El niño debe encontrar en él al primer amigo pues es su confidente natural. Es la primera persona en que el niño confía, pero ¿ por qué, en la mayoría de los casos, eso no sucede al llegar el niño a la pubertad si no antes?. Deberlarnos creer, si observarnos la realidad, que es una de esas frases bonitas que se dicen paro que en la práctica no se dan.

Podemos pensar que la oposición entre dos personalidades --una ya hecha, la otra en formación-, que la tensión entre la autoridad y la libertad, hacen imposible que el padre sea el confidente natural de su hijo adolescente. No lo creemos imposible, pero, como todos los problemas humanos, tampoco lo consideramos fácil.

Los padres policias

Muchos padres adoptan con sus hijos la actitud de un "policía", y esto provoca que sus hijos lo vean como "el enemigo". Para esos hijos, los padres sólo existen para vigilarlos, controlarlos, amonestarlos y castigarlos. Por supuesto que - aunque negativa- ésa también es una función paterna, pero no es la única ni la más importante. Lo "padres policías" se dirigen a sus hijos con frases como éstas: "Cómo te portaste en el colegio? Por qué no entregaste el boletín? Debes tener malas notas! Qué notas! Aprende de tu hermano! No te comas las uñas! Qué manera de hablar es esa! Adónde fuiste? Por qué llegaste tarde? Mañana no sales!

Comprendamos la actitud del hijo

Las únicas palabras que esos padres tienen con sus hijos son frases secas, cortantes y en cierto modo agresivas: es comprensible que el hijo 'huya" de su padre y lo mire con resentimiento. No dejará de amarlo, y lo manifestará en la primera ocasión que se le presente, pero no le hará confidencias; salvo que así vea la forma de evitar un castigo o para pedido, en caso extremo, la solución a un problema que lo ahoga.

Comprendamos la actitud del hijo comparándola, por analogía, con la de un empleado con un jefe que siempre lo está controlando, corrigiendo y poniendo en evidencia sus errores. Los sentimientos del empleado y del hijo son similares: ambos "odian' al jefe y padre "policías", y es comprensible que así suceda.

Los padres deben dialogar con sus hijos

Si los padres quieren que sus hijos sean sus amigos, deben hablar con ellos. Sus conversaciones deben ser diálogos y no sermones o conferencias, y deben girar alrededor de las inquietudes de sus hijos: juegos, diversiones, estudios, trabajos, aspiraciones y problemas. No deben esperar que sus hijos inicien el dialogo.

Respetando su intimidad y personalidad naciente, ellos deben dar el primer paso. El padre debe dirigirse a su hijo no sólo para preguntarle si cumplió sus obligaciones o para criticarlo, sino también para estimularlo oportunamente, elogiarlo con prudencia, interesarse espontáneamente por sus quehaceres, valorar sus ideas e iniciativas, acompañarlo en sus emociones y problemas. regocijarse con sus alegrías y triunfos, apesadumbrarse por sus tristezas y fracasos, levantar su ánimo cuando lo ve abrumado por las dificultades, menguado con tacto cuando lo observa arrogante y altanero en sus éxitos, enfrentarlo prudentemente con la realidad que ignora y comprenderlo en su edad y temperamento. Vivir y sentir con él, y también vigilarlo, corregirlo, amonestarlo y castigarlo adecuadamente cuando fuere necesario.

"Si quieres la amistad de tu hijo, dásela tu primero"

La amistad no es un 'botín de guerra" ni la imposición de un vencedor o de autoridad alguna. La amistad no es una concesión gratuita, es un don voluntario que se debe ganar. No es tarea fácil para un padre ganar la amistad de su hijo, pero si realmente lo ama y apunta al ideal de padre señalado, es posible que la conquiste. El padre que quiera conseguir la amistad de su hijo, lo mejor que un hombre puede brindar a otro, ha de brindársela él primero. Tratándolo como a un amigo tal vez consiga que su hijo no le tenga miedo, confíe en él y lo vea como un amigo.