lunes, 23 de abril de 2012

El padre es el mejor amigo?


"Mi hijo no confía en mí. Le he dicho que el padre es el mejor amigo, que me diga lo que le pasa, que no tenga miedo, pero ... no sé qué hacer. No tengo influencia sobre él. Ud. no sabe cuanto me duele. ¡El padre es el mejor amigo! ¡Pura teoría!".

Por razones de exposición hemos singularizado, pero con diferencia de matices, podríamos decir: los padres, padre y madre. Hoy se recuerda a los padres que deben hablar con sus hijos adolescentes lástima es que, para muchos, el consejo llega demasiado tarde.

Mucha gente cree que va a conseguir entablar el diálogo con su hijo cuando éste llegue a la pubertad sin haberlo iniciado anteriormente; y, lo que es mas grave, cuando han interpuesto ente ellos y su hijo un muro difícil de derribar: los malos hábitos educativos de los. padres como las malas costumbres permitidas a los hijos, no son fáciles de superar.

La amistad solo se da entre pares.

La amistad, en al sentido estricto, no puede darse entre padres e hijos. El intercambio que la amistad implica solo puede alcanzarse entre pares. El hijo -niño, adolescente o joven- puede llegar a confiar en el padre sus problemas y sus más íntimas experiencias, actitud que no puede darse a la inversa. El hijo no puede comprender y asimilar los problemas del padre. Padres e hijos no son pares. En cambio, en un sentido amplio, tal amistad posible: el padre puede llegar a ser, si no el "mejor amigo", al menos un amigo.

El niño debe encontrar en él al primer amigo pues es su confidente natural. Es la primera persona en que el niño confía, pero ¿ por qué, en la mayoría de los casos, eso no sucede al llegar el niño a la pubertad si no antes?. Deberlarnos creer, si observarnos la realidad, que es una de esas frases bonitas que se dicen paro que en la práctica no se dan.

Podemos pensar que la oposición entre dos personalidades --una ya hecha, la otra en formación-, que la tensión entre la autoridad y la libertad, hacen imposible que el padre sea el confidente natural de su hijo adolescente. No lo creemos imposible, pero, como todos los problemas humanos, tampoco lo consideramos fácil.

Los padres policias

Muchos padres adoptan con sus hijos la actitud de un "policía", y esto provoca que sus hijos lo vean como "el enemigo". Para esos hijos, los padres sólo existen para vigilarlos, controlarlos, amonestarlos y castigarlos. Por supuesto que - aunque negativa- ésa también es una función paterna, pero no es la única ni la más importante. Lo "padres policías" se dirigen a sus hijos con frases como éstas: "Cómo te portaste en el colegio? Por qué no entregaste el boletín? Debes tener malas notas! Qué notas! Aprende de tu hermano! No te comas las uñas! Qué manera de hablar es esa! Adónde fuiste? Por qué llegaste tarde? Mañana no sales!

Comprendamos la actitud del hijo

Las únicas palabras que esos padres tienen con sus hijos son frases secas, cortantes y en cierto modo agresivas: es comprensible que el hijo 'huya" de su padre y lo mire con resentimiento. No dejará de amarlo, y lo manifestará en la primera ocasión que se le presente, pero no le hará confidencias; salvo que así vea la forma de evitar un castigo o para pedido, en caso extremo, la solución a un problema que lo ahoga.

Comprendamos la actitud del hijo comparándola, por analogía, con la de un empleado con un jefe que siempre lo está controlando, corrigiendo y poniendo en evidencia sus errores. Los sentimientos del empleado y del hijo son similares: ambos "odian' al jefe y padre "policías", y es comprensible que así suceda.

Los padres deben dialogar con sus hijos

Si los padres quieren que sus hijos sean sus amigos, deben hablar con ellos. Sus conversaciones deben ser diálogos y no sermones o conferencias, y deben girar alrededor de las inquietudes de sus hijos: juegos, diversiones, estudios, trabajos, aspiraciones y problemas. No deben esperar que sus hijos inicien el dialogo.

Respetando su intimidad y personalidad naciente, ellos deben dar el primer paso. El padre debe dirigirse a su hijo no sólo para preguntarle si cumplió sus obligaciones o para criticarlo, sino también para estimularlo oportunamente, elogiarlo con prudencia, interesarse espontáneamente por sus quehaceres, valorar sus ideas e iniciativas, acompañarlo en sus emociones y problemas. regocijarse con sus alegrías y triunfos, apesadumbrarse por sus tristezas y fracasos, levantar su ánimo cuando lo ve abrumado por las dificultades, menguado con tacto cuando lo observa arrogante y altanero en sus éxitos, enfrentarlo prudentemente con la realidad que ignora y comprenderlo en su edad y temperamento. Vivir y sentir con él, y también vigilarlo, corregirlo, amonestarlo y castigarlo adecuadamente cuando fuere necesario.

"Si quieres la amistad de tu hijo, dásela tu primero"

La amistad no es un 'botín de guerra" ni la imposición de un vencedor o de autoridad alguna. La amistad no es una concesión gratuita, es un don voluntario que se debe ganar. No es tarea fácil para un padre ganar la amistad de su hijo, pero si realmente lo ama y apunta al ideal de padre señalado, es posible que la conquiste. El padre que quiera conseguir la amistad de su hijo, lo mejor que un hombre puede brindar a otro, ha de brindársela él primero. Tratándolo como a un amigo tal vez consiga que su hijo no le tenga miedo, confíe en él y lo vea como un amigo.

El arte de estimular y premiar

Los niños tienen más necesidad de estímulo que de castigo"

Creer que existen en realidad las buenas disposiciones es crearlas y aumentarlas.

La idea del juicio o de la opinión que de ellos se tiene desempeña en el niño un papel importante en la elaboración de esa urdimbre psicológica en la que bordan cada día sus actos pensamientos y un poco de su vida.

Quien se persuade de que es incapaz de una cosa, pronto se hace efectivamente incapaz.

No es malo que el niño tenga confianza en sí. Vale más, en definitiva que lo tenga en exceso que con escasez. El "yo soy más" es mejor estimulante que el "yo no sirvo para nada" o "yo no conseguiré nada".

El niño es esencialmente sugestionable. Si se le dice sin cesar que es torpe, egoísta, embustero, etc., se le hunde , se le hace decaer de tal manera que no podrá salir de allí.

Mucho más sana es la sugestión, inversa, que consiste en repetir con obstinación un niño atacado de tal o cual defecto que tiene en verdad algunas manifestaciones del mismo, pero que está en camino de curarse.

Nada desanima tanto como la indiferencia: "Después de todo, no has hecho más que tu deber". "Puesto que nada te digo, es que está bien". El niño necesita algo más. ¡Es tan feliz cuando ve que le miman y aprueban aquellos quienes estima y ama!

La confianza facilita la acción; la desconfianza suscita el deseo de hacer mal.

No hay que temer en demostrar a los niños nuestra confianza en sus posibilidades. A veces será este el mejor medio para que aparezcan algunas cualidades, todavía adormecidas. Recordemos la observación de Goethe, aplicable a los niños y a los hombres: "Si consideramos a los hombres como son, los haremos ser más malos; si los tratamos como si fueran lo que deberían ser, los conduciremos a donde deben ser conducidos."

Tanto en la alabanza como en la reprensión, en el premio como en el castigo, es necesario tener mesura, lógica y justicia. Mesura, porque el exceso termina por desconcertar y hasta hace dudar del juicio de quien ejerce la autoridad. Lógica, porque ¿qué significa felicitar hoy una acción que mereció ayer una crítica?. Justicia, porque un premio no merecido pierde su interés y su fuerza.

Se debe estimular al niño, más por el esfuerzo que ha empleado que por el resultado obtenido. Es necesario conseguir que la aprobación de sus padres tenga para él más importancia que una golosina.

Hay casos en que está permitido utilizar el amor propio; por ejemplo: "Intenta hacer tal esfuerzo; es difícil, pero creo que tú si podrás conseguirlo."

Debemos evitar hacer elogios que conduzcan al niño a creerse mejor que los demás. Lo mejor es demostrarle los progresos que ha hecho sobre sí mismo, dándole a entender que puede hacer más todavía.

Uno de los medios de estimular al niño es trabajar con él en la realización de tal o cual proyecto, sobre todo si este proyecto necesita para salir bien que se guarde un secreto, como, por ejemplo, la preparación de una fiesta de la madre.

Toma el niño gustoso el esfuerzo cuando le vale nuestra aprobación. Hay impulsos que son más bien tímidos deseos, impulsos que no saldrían de ese estado si no fueran auxiliados por las personas de alrededor. Un aplauso oportuno da valor y confianza a quienes dudan. Una de las cosas que más animan a un niño es decirle cuando ha expresado algo bueno: "Si, tienes razón", y recordárselo hábilmente si hay ocasión: "como tu acabas de decir" o "como decías antes". Reconocerle a un niño sus progresos es animarlo a hacer otros nuevos.

Si el niño sufre un fracaso no se le debe tratar con rigor, puesto que ha hecho por su parte un esfuerzo laudable.

Debe evitarse el alabar sin reserva al niño. El alabarle un poco es a veces necesario. Démosle testimonio de nuestra estima: "He creído siempre que eras capaz de eso y de mucho más." Animémosle; pero no le tratemos como si fuera una perfección confirmada en gracia. El niño a quién se le dice sin tino y sin medida todo lo bueno que de él se piensa. corre el peligro de engreírse y llegar a ser un pavo real fatuo y orgulloso.

Puede traducirse el estímulo a un niño en una recompensa material: golosina, juguete, dinero. Pero no abusemos: es una solución fácil. Uno de los peligros de este método es el de mercantilizar y materializar los esfuerzos de orden moral que deben encontrar su sanción fundamentalmente en la aprobación de las personas que le rodean y en la satisfacción de la propia conciencia. Hay, además, otro peligro: a medida que el niño crezca serán necesarias recompensas cada vez mayores. ¿no hemos visto padres que han prometido imprudentemente una bicicleta o un abrigo de pieles con peligro de comprometer el presupuesto familiar?

Sucede, a veces, que los resultados no están a la altura de la buena voluntad y de los sinceros esfuerzos del niño. Evitemos el agobiarlo, y aun para que no se quede bajo la impresión deprimente del fracaso, intentemos poner de relieve la buena cualidad desplegada.

Anita, de cuatro años, y Bernardo, de cinco años y medio, regresan de paseo. Las zapatillas de la hermanita han quedado en la habitación del primer piso. Bernardo se ofrece galante para ir a buscarlas. Corre por la escalera y baja triunfalmente llevando un par de zapatillas que no eran las de Anita. En lugar de regañar a Bernardo y decirle: "¡Qué bruto eres: podrías fijarte; siempre lo haces igual!", es preferible decirle: "has sido muy amable queriendo traer las zapatillas de tu hermanita. El par que has traído se parecen; es muy fácil confundirlas. Vas a ser del todo bueno..." El niño comprenderá enseguida y volverá a subir con alegría, con lo cual se duplicará el valor de su gesto fraternal.

miércoles, 29 de febrero de 2012

El nos amó primero



Con frecuencia me he encontrado con cristianos frustrados. Ellos están procurando por todos los medios tener algún encuentro con Dios. Exclaman con desilusión: «¡Yo le busco y trato de agradarlo en todo, pero él no me contesta! Es como si estuviera ausente.»

La frustración de estas personas es real. Pero no tiene que ver con la falta de respuesta en el Padre, sino de un concepto errado que se ha hecho fuerte entre nosotros. Y es que muchos de nosotros tenemos un Dios que es más parecido a nosotros que al Dios que describe la Biblia. Es un Dios que es selectivo en escoger con quien se relacionará. A unos pocos, les favorece con extraordinarias experiencias y los visita con su favor. El resto de nosotros parecemos tener alguna característica que nos descalifica para llegar a esto.

Su interés en estar cerca de cada uno supera al de nosotros, en participar de nuestra vida y en bendecirnos con lo que ha preparado para sus hijos.
El resultado es que pasamos gran parte de nuestro tiempo tratando de modificar nuestras vidas para que él se fije en nosotros. En esta versión de la vida espiritual, Dios es distante e indiferente con nosotros. Debemos encontrar la manera de convencerlo que se fije en nosotros, de que le dé un poco de importancia a lo que nos está aconteciendo. De alguna manera necesitamos seducirlo para que también a nosotros nos ame.

Nuestro Padre, sin embargo, no es un padre caprichoso como lo pudieron ser algunos de nuestros padres terrenales. Su interés en estar cerca de cada uno supera al de nosotros, en participar de nuestra vida y en bendecirnos con lo que ha preparado para sus hijos. No necesita que nadie lo convenza para hacer esto, porque quien ha tomado la iniciativa para buscarnos es él. «Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los escogí a ustedes, y los designé para que vayan y den mucho fruto» (Jn 15.16)

¿Qué demanda de nosotros este cambio de óptica? Que nos relajemos un poco y dejemos que él nos ame. Cuando hayan cesado nuestros esfuerzos desesperados por alcanzarlo, comenzaremos a darnos cuenta de que ya hemos sido alcanzados por su amor, y que de mil maneras diferentes cada día nos hace notar que él nos busca con amor eterno.

Dios no puede ser conquistado por la fuerza. ¡Debemos ser como niños, y dejarle a él que nos seduzca a nosotros con su incomparable amor!

Para pensar:El autor Thomas Kelly, que escribió una pequeña gema llamada Un Testamento de devoción, nos hace notar: «En esta época humanística, suponemos que el hombre es el que inicia y Dios el que responde. Pero el Cristo viviente en nosotros es el que inicia y nosotros somos los que respondemos. Dios el amante, el seductor, el que revela la luz y las tinieblas es el que invita. Y toda nuestra aparente iniciativa no es más que respuesta, un testimonio a su presencia y obra secreta dentro de nosotros.»



tomado de> http://www.desarrollocristiano.com/devocionales.php

jueves, 23 de febrero de 2012

Trastornos de conducta



"¿Cómo se manifiestan?" Los trastornos de conducta en los jóvenes constituyen un grupo complicado de problemas emocionales y del comportamiento. Los niños y adolescentes que sufren estos trastornos tienen mucha dificultad en seguir las reglas y en comportarse de manera socialmente aceptable.


Otros niños, adultos e instituciones sociales los consideran "malos" o delincuentes en lugar de considerarlos con un problema de salud mental.

Los niños y adolescentes con trastornos de conducta pueden manifestar algunos de los siguientes problemas del comportamiento:

Agresión hacia las personas y los animales:
• acosa, intimida o amenaza a los demás,
• a menudo inicia peleas físicas,
• ha usado un arma que puede causar daño físico serio a otros (por ejemplo: palos, ladrillos, botellas rotas, cuchillos o revólveres),
• es físicamente cruel con las personas o animales,
• roba a sus víctimas mientras las confronta (asalto),
• obliga a otro a llevar a cabo una actividad sexual.


Destrucción de la propiedad:
• deliberadamente prende fuegos con la intención de causar daño,
• deliberadamente destruye la propiedad de otros.


Engaños, mentiras o robos:
• fuerza la entrada en el edificio, casa o automóvil de otros,
• miente para que le den las cosas, para obtener favores o para evitar las obligaciones,
• roba artículos sin confrontar a la víctima (por ejemplo, roba en las tiendas, pero sin forzar su entrada para robar).


Violación seria a las reglas:
• se queda la noche fuera de la casa aún pese a la objeción de sus padres,
• se escapa de la casa,
• deja de asistir a la escuela cuando le parece.


Los niños que muestran estos comportamientos deben recibir una evaluación por parte de un profesional de la salud mental. Muchos niños que exhiben problemas de conducta pueden tener otros trastornos tales como trastornos de estado de ánimo, ansiedad, estrés postraumático, abuso de substancias, trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), problemas con el aprendizaje, los cuales también pueden ser tratados.

"¿Cómo se tratan los trastornos de conducta?"

Las investigaciones demuestran que los jóvenes con trastornos de conducta tendrán problemas si ellos y sus familias no reciben tratamiento a tiempo. Sin el tratamiento, muchos de estos jóvenes con trastornos de conducta no lograrán adaptarse a las demandas que conlleva el ser adulto y continuarán teniendo problemas en sus relaciones sociales y manteniendo un empleo. A menudo contravienen la ley o se comportan de manera antisocial.

Muchos factores pueden contribuir al desarrollo de los trastornos de conducta en el niño, incluyendo lesiones en el cerebro, el haber sufrido abuso, vulnerabilidad genética, el fracaso escolar y las experiencias traumáticas de la vida.

El tratamiento de los niños con trastornos de conducta puede ser complejo y retador. El tratamiento se puede proveer en una variedad de escenarios dependiendo de la severidad de los comportamientos.

Además del reto que ofrece el tratamiento, se encuentran la falta de cooperación del niño y el miedo y la falta de confianza de los adultos. Para poder diseñar un plan integral de tratamiento, el psiquiatra de niños y adolescentes puede utilizar la información del niño, la familia, los maestros y de otros especialistas médicos para entender sus causas.

La terapia de comportamiento y la psicoterapia generalmente son necesarias para ayudar al niño a expresar y controlar su ira de manera apropiada. La educación especial puede ser necesaria para los jóvenes con problemas de aprendizaje. Los padres frecuentemente necesitan asistencia de los expertos para diseñar y llevar a cabo programas educativos en casa y en la escuela. El tratamiento puede también incluir medicamentos para algunos jóvenes, como aquéllos que tienen dificultad prestando atención, problemas con los impulsos o aquéllos que sufren de una depresión.

El tratamiento raras veces es corto ya que toma mucho tiempo establecer nuevas actitudes y patrones de comportamiento. Sin embargo, el tratamiento a tiempo ofrece una oportunidad para considerable mejoría en el presente y una esperanza de éxito en el futuro.

Tomado de: http://www.baobabparents.com/padres/articulo