Si usted es como la mayoría de los padres, confiar
plenamente sus hijos a Dios es algo que usted sabe que puede y debe hacer, pero
que no le resulta fácil.
Desde el momento en que vemos
a nuestros bebés a través de la ventana de la sala de niños recién nacidos del
hospital, nos preparamos para protegerlos, educarlos y crear para ellos un
entorno en el que puedan florecer y convertirse en todo lo que Dios quiere que
sean. En los primeros años, si cometen algún tipo de equivocación, nuestra
obligación es perdonarlos. Y no importa la edad que tengan, cuando sufren por
algo, queremos hacerles menos dolorosa la experiencia.
Pero es fácil olvidar que no
somos nosotros quienes más autoridad tenemos en esto. El Creador que formó a
nuestros hijos en el vientre (Sal 139.13), y que ha contado todos los cabellos
de sus cabezas (Mt 1.30), tiene un plan para sus vidas. Eso, por supuesto, está
bien en teoría, pero ¿cómo confiar plenamente en Dios cuando un hijo se enferma
gravemente, o cuando toma una decisión con consecuencias dolorosas, o cuando
pasa toda una noche fuera de casa? ¿Qué sucede cuando uno duda de la capacidad
que se tiene de criarlos, o cuando la imaginación nos recuerda todo lo que
podría salir mal?
Dios nunca dijo que ser padres
sería fácil (disculpe el cliché). Pero sí dijo que Él nunca nos dejará ni
desamparará (He 13.5). Y nos recuerda que todo lo podemos en Él que nos
fortalece (Fil 4.13). Sabemos también que el Señor no nos ha dado un espíritu
de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio (2 Ti 1.7). Estas son
las promesas a las que podemos aferrarnos, no importa qué luchas tengamos.
Confianza
en Dios para equiparlos
Para mi amiga Esperanza, el confiar simplemente en que Dios la ayudaría a ser buena madre, era un gran desafío. Lloró la primera vez que supo que estaba embarazada. “Nunca me relacioné mucho con mi madre”, me dijo. “Entonces, ¿cómo podría criar a una niña sin tener ningún ejemplo a imitar?” Mientras Esperanza conducía su auto yendo al trabajo, le hablaba a su hija por nacer, prometiéndole que sería una madre mejor que la que ella había tenido, y que desarrollaría con ella la relación que nunca había experimentado —todo esto mientras se preguntaba si Dios se habría equivocado.
“En algún punto, las
cuestiones de mi pasado afectarían mi relación con mi hija”, dijo. “Pero había
olvidado que Dios me había escogido de entre todas las personas del mundo para
esta pequeña niña. Ahora veo que Él sabía lo que estaba haciendo, y me dio las
herramientas que necesitaba, y cuando las necesitaba, para ser la madre
apropiada para mis hijos. Ahora no puedo imaginar ninguna otra clase de vida”.
Confianza
en Dios para disciplinarlos
Para mí, una de las cosas más difíciles en cuanto a la crianza, fue no hacer más de la cuenta por mis hijos —no recoger las cosas que dejaban tiradas, no ir corriendo a la escuela porque mi hija había olvidado su ropa de educación física o su clarinete, no comprarles todo lo que pensaban que necesitaban. Puede ser difícil no acudir de inmediato al rescate de nuestros hijos cuando han hecho algo mal. Aun cuando sabemos que la disciplina es para su propio bien, todavía puede ser tentador hacer todo por ellos “solo esta vez”.
Pero tenemos que preguntarnos:
¿Estamos realmente ayudándolos a convertirse en personas de carácter? La Biblia
nos da este amplio panorama:
Dios tiene un plan perfecto
para la vida de sus hijos (Sal 37.23).
Ese plan implica la disciplina misericordiosa necesaria para convertirlos en los hombres y las mujeres que Dios ha querido que sean (Pr 3.12).
Aun las cosas más difíciles que soporten sus hijos, ya sea por culpa de ellos o de otras personas, pueden ser utilizadas maravillosamente por Dios para revelar su gloria y desarrollar el carácter de nuestros hijos (Ro 8.28).
Carolina, otro amiga, se
enfrentó con una pesadilla cuando su hijo fue arrestado por tráfico de drogas.
“El saber que mi hijo iría a la cárcel, ha sido uno de los golpes de la vida
que me ha hecho sentir más abatida”, recuerda. “Al comienzo, mi esposo y yo nos
mantuvimos fuertes, sabiendo que habíamos dedicado nuestro hijo a Dios. Pero a
medida que pasaba el tiempo y sus perspectivas se veían peor, sentí que mi fe
no era suficiente”.
Ella decidió que tenía que
salvar a su hijo, pero cuando éste recibió una sentencia de diez años, se vino
abajo. “Entonces Dios me abrió los ojos, y me di cuenta de que mi hijo estaba
vivo. Fue entonces cuando se lo entregué realmente al Señor”. Carolina ve ahora
la gracia de Dios en la situación de su hijo. “Me doy cuenta ahora de que si
hubiera podido encontrar la manera de lograr que lo pusieran en libertad, él
probablemente no estaría vivo hoy. Al pensar en todo lo que estuvo metido, la
cárcel le salvó la vida. A veces pensamos que somos nosotros los únicos que
podemos hacer lo que se necesita. Dios tiene que recordarnos que Él tiene el
control, y es mucho más capaz que nosotros para proteger a nuestros hijos”.
Confianza
en Dios para salvarlos y guardarlos
Proverbios 22.6 nos dice: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.Pero, ¿qué sucede cuando vemos a los hijos apartarse de ese “camino”? Tenemos entonces que recordar que nuestros hijos son obras maestras de Dios, creados en Cristo para la gran obra que Él ha dispuesto para ellos (Ef 2.10).
Teresa tuvo siempre una lucha
para dejar que Dios hiciera su voluntad cuando se trataba de sus hijos. Pero el
Espíritu Santo le recordaba constantemente lo que había sido su historia
personal. “Dios me salvó cuando yo tenía quince años y viví muchos momentos
difíciles. Mis padres rechazaron mi recién descubierta ‘religión’, e incluso me
prohibieron ir a la iglesia. Pero aquí estoy. Comprendí que si Dios podía
guardarme de todo, podía sin duda confiar en que Él haría lo mismo con mi
hija”.
“Desde que nuestra hija era
pequeña”, dice Teresa, “mi esposo y yo creímos que nuestra tarea era, en
realidad, hacer hasta lo imposible para criarla. Cuando, en verdad, se trataba
de enseñarle cómo quería Dios que viviera, ser ejemplo de devoción para ella
con nuestras vidas, dejarle el paso libre, y confiar en que Él se encargaría de
lo demás. Eso no significaba que sería fácil verla abandonar el nido. Pero
nuestro consuelo era saber que su Padre perfecto nunca la abandonaría ni
dejaría de darle lo que necesitara”.
Filipenses
1.6 nos
recuerda: “El que
comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de
Jesucristo”. Nuestro
Padre celestial se ha comprometido a terminar todo lo que Él comienza, incluso
después de que le devolvamos la batuta que nos entregó.
por Mimi Greenwood
Knight http://www.conpoder.com/la-crianza-de-los-hijos/
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