lunes, 23 de abril de 2012

Madres que trabajan




1. La mujer "plena": Las películas y la publicidad en la TV nos muestran a la "mujer realizada o plena": trabaja en forma eficiente fuera de casa, en el hogar atiende a su marido y cuida a sus hijos. En "sus ratos libres" practica algún deporte para mantenerse delgada y va a la peluquería pues tiene una cena a la noche.

Generalmente la realidad no es tan así. En el trabajo debe luchar en forma desigual en un mundo masculinizado. Al salir del trabajo hay que hacer las compras del super: el dulce que falta en el desayuno, el regalito para el cumpleaños del amiguito del nene, la crema de afeitar para el marido... Al llegar a la casa muchas veces hay que corregir lo que hizo la empleada. -Los exámenes de los chicos que ya llegan otra vez!, y como el padre le dijo que atienda un poco más esa parte, hay que revisar los deberes y tomarles la lección.

También preparar los uniformes para mañana, con ese barro que no sale, ponerlos en el secarropas, pues con la lluvia no se secan. "¿Qué hay para cenar?", preguntan mientras miran la tele. Claro que al final llega la hora de acostarse y descansar... si es que no viene el chico con: "Mamá, para mañana tengo que llevar un cuaderno de 50 hojas... forrado".

Después de todo eso surgen los dolores en el cuello y la espalda, algunos tics nerviosos, dificultades para conciliar el sueño. Claro que siempre está la voz sabia del que aconseja: "Lo que pasa es que te preocupas demasiado por las cosas, trata de relajarte".

2. Un costo muy alto: Sin temor a equivocarnos podemos decir que el "precio" de salir a trabajar es elevado. La mujer sigue con la responsabilidad de atender la casa y la familia.

A nadie se le ocurre hoy plantearse el hecho de si es conveniente o no que la mujer trabaje.

Algunas lo hacen por necesidad, otras por desarrollar sus intereses personales o profesionales.

Pero mientras van adquiriendo nuevos roles, éstos se suman a los anteriores.

Para ser una madre es primordial entregar amor al niño en una actitud tranquila y satisfecha. Si al quedarse en casa lo hace con resentimientos y frustración, que atribuye concretamente a los "sacrificios" que debe hacer por el hijo, la compañía que entrega, estar hecha sin alegría y no ser fuente de seguridad afectiva.

3. Ventajas y desventajas: Entre las ventajas está la ampliación del mundo cultural por los mayores contactos que tiene, el aumento de la seguridad e independencia económicas.

Desventajas: destacan la ausencia prolongada de la casa y sobrecarga del trabajo doméstico. El riesgo mayor es que el cansancio y las tensiones la pongan de mal humor, se irrite fácilmente, y esté poco dispuesta a compartir su tiempo libre con sus hijos.

Si esto sucede ser conveniente plantearse, quizás no el trabajo, pero si la forma de asumirlo, y estudiar la posibilidad de que el trabajo de la casa sea compartido.

4. ¿Qué necesitan los niños?: Los niños necesitan una madre atenta y preocupada de sus intereses para sentirse felices y valorados. El corto tiempo que se dispone para los hijos debe ser compensado por la "calidad" de él. Pero es bueno no hacerse trampas: un mínimo de tiempo con ellos es esencial.

Quizás es bueno realizar en forma entretenida algunas cosas juntos, como las compras, pegar botones. En este compartir, los niños pueden aprender a hacer las cosas en forma autónoma.

Si el perfeccionismo no es una virtud, sino un defecto, en las madres que trabajan fuera de casa es especialmente aconsejable "erradicar" la obsesión por un orden o limpieza perfectos. Si no se logra, tal vez toda su energía se agote en el orden, y pierda la capacidad de recibir, sentir y expresar ternura.

Es posible que las mujeres que culpan al trabajo por ser incapaces de expresar amor y por no poder dedicarse a los niños, aunque estuvieran en casa, de nada les serviría.

Una mamá que quiere a sus hijos encontrará tiempo y forma para entregarles ternura y afecto.

El padre es el mejor amigo?


"Mi hijo no confía en mí. Le he dicho que el padre es el mejor amigo, que me diga lo que le pasa, que no tenga miedo, pero ... no sé qué hacer. No tengo influencia sobre él. Ud. no sabe cuanto me duele. ¡El padre es el mejor amigo! ¡Pura teoría!".

Por razones de exposición hemos singularizado, pero con diferencia de matices, podríamos decir: los padres, padre y madre. Hoy se recuerda a los padres que deben hablar con sus hijos adolescentes lástima es que, para muchos, el consejo llega demasiado tarde.

Mucha gente cree que va a conseguir entablar el diálogo con su hijo cuando éste llegue a la pubertad sin haberlo iniciado anteriormente; y, lo que es mas grave, cuando han interpuesto ente ellos y su hijo un muro difícil de derribar: los malos hábitos educativos de los. padres como las malas costumbres permitidas a los hijos, no son fáciles de superar.

La amistad solo se da entre pares.

La amistad, en al sentido estricto, no puede darse entre padres e hijos. El intercambio que la amistad implica solo puede alcanzarse entre pares. El hijo -niño, adolescente o joven- puede llegar a confiar en el padre sus problemas y sus más íntimas experiencias, actitud que no puede darse a la inversa. El hijo no puede comprender y asimilar los problemas del padre. Padres e hijos no son pares. En cambio, en un sentido amplio, tal amistad posible: el padre puede llegar a ser, si no el "mejor amigo", al menos un amigo.

El niño debe encontrar en él al primer amigo pues es su confidente natural. Es la primera persona en que el niño confía, pero ¿ por qué, en la mayoría de los casos, eso no sucede al llegar el niño a la pubertad si no antes?. Deberlarnos creer, si observarnos la realidad, que es una de esas frases bonitas que se dicen paro que en la práctica no se dan.

Podemos pensar que la oposición entre dos personalidades --una ya hecha, la otra en formación-, que la tensión entre la autoridad y la libertad, hacen imposible que el padre sea el confidente natural de su hijo adolescente. No lo creemos imposible, pero, como todos los problemas humanos, tampoco lo consideramos fácil.

Los padres policias

Muchos padres adoptan con sus hijos la actitud de un "policía", y esto provoca que sus hijos lo vean como "el enemigo". Para esos hijos, los padres sólo existen para vigilarlos, controlarlos, amonestarlos y castigarlos. Por supuesto que - aunque negativa- ésa también es una función paterna, pero no es la única ni la más importante. Lo "padres policías" se dirigen a sus hijos con frases como éstas: "Cómo te portaste en el colegio? Por qué no entregaste el boletín? Debes tener malas notas! Qué notas! Aprende de tu hermano! No te comas las uñas! Qué manera de hablar es esa! Adónde fuiste? Por qué llegaste tarde? Mañana no sales!

Comprendamos la actitud del hijo

Las únicas palabras que esos padres tienen con sus hijos son frases secas, cortantes y en cierto modo agresivas: es comprensible que el hijo 'huya" de su padre y lo mire con resentimiento. No dejará de amarlo, y lo manifestará en la primera ocasión que se le presente, pero no le hará confidencias; salvo que así vea la forma de evitar un castigo o para pedido, en caso extremo, la solución a un problema que lo ahoga.

Comprendamos la actitud del hijo comparándola, por analogía, con la de un empleado con un jefe que siempre lo está controlando, corrigiendo y poniendo en evidencia sus errores. Los sentimientos del empleado y del hijo son similares: ambos "odian' al jefe y padre "policías", y es comprensible que así suceda.

Los padres deben dialogar con sus hijos

Si los padres quieren que sus hijos sean sus amigos, deben hablar con ellos. Sus conversaciones deben ser diálogos y no sermones o conferencias, y deben girar alrededor de las inquietudes de sus hijos: juegos, diversiones, estudios, trabajos, aspiraciones y problemas. No deben esperar que sus hijos inicien el dialogo.

Respetando su intimidad y personalidad naciente, ellos deben dar el primer paso. El padre debe dirigirse a su hijo no sólo para preguntarle si cumplió sus obligaciones o para criticarlo, sino también para estimularlo oportunamente, elogiarlo con prudencia, interesarse espontáneamente por sus quehaceres, valorar sus ideas e iniciativas, acompañarlo en sus emociones y problemas. regocijarse con sus alegrías y triunfos, apesadumbrarse por sus tristezas y fracasos, levantar su ánimo cuando lo ve abrumado por las dificultades, menguado con tacto cuando lo observa arrogante y altanero en sus éxitos, enfrentarlo prudentemente con la realidad que ignora y comprenderlo en su edad y temperamento. Vivir y sentir con él, y también vigilarlo, corregirlo, amonestarlo y castigarlo adecuadamente cuando fuere necesario.

"Si quieres la amistad de tu hijo, dásela tu primero"

La amistad no es un 'botín de guerra" ni la imposición de un vencedor o de autoridad alguna. La amistad no es una concesión gratuita, es un don voluntario que se debe ganar. No es tarea fácil para un padre ganar la amistad de su hijo, pero si realmente lo ama y apunta al ideal de padre señalado, es posible que la conquiste. El padre que quiera conseguir la amistad de su hijo, lo mejor que un hombre puede brindar a otro, ha de brindársela él primero. Tratándolo como a un amigo tal vez consiga que su hijo no le tenga miedo, confíe en él y lo vea como un amigo.

El arte de estimular y premiar

Los niños tienen más necesidad de estímulo que de castigo"

Creer que existen en realidad las buenas disposiciones es crearlas y aumentarlas.

La idea del juicio o de la opinión que de ellos se tiene desempeña en el niño un papel importante en la elaboración de esa urdimbre psicológica en la que bordan cada día sus actos pensamientos y un poco de su vida.

Quien se persuade de que es incapaz de una cosa, pronto se hace efectivamente incapaz.

No es malo que el niño tenga confianza en sí. Vale más, en definitiva que lo tenga en exceso que con escasez. El "yo soy más" es mejor estimulante que el "yo no sirvo para nada" o "yo no conseguiré nada".

El niño es esencialmente sugestionable. Si se le dice sin cesar que es torpe, egoísta, embustero, etc., se le hunde , se le hace decaer de tal manera que no podrá salir de allí.

Mucho más sana es la sugestión, inversa, que consiste en repetir con obstinación un niño atacado de tal o cual defecto que tiene en verdad algunas manifestaciones del mismo, pero que está en camino de curarse.

Nada desanima tanto como la indiferencia: "Después de todo, no has hecho más que tu deber". "Puesto que nada te digo, es que está bien". El niño necesita algo más. ¡Es tan feliz cuando ve que le miman y aprueban aquellos quienes estima y ama!

La confianza facilita la acción; la desconfianza suscita el deseo de hacer mal.

No hay que temer en demostrar a los niños nuestra confianza en sus posibilidades. A veces será este el mejor medio para que aparezcan algunas cualidades, todavía adormecidas. Recordemos la observación de Goethe, aplicable a los niños y a los hombres: "Si consideramos a los hombres como son, los haremos ser más malos; si los tratamos como si fueran lo que deberían ser, los conduciremos a donde deben ser conducidos."

Tanto en la alabanza como en la reprensión, en el premio como en el castigo, es necesario tener mesura, lógica y justicia. Mesura, porque el exceso termina por desconcertar y hasta hace dudar del juicio de quien ejerce la autoridad. Lógica, porque ¿qué significa felicitar hoy una acción que mereció ayer una crítica?. Justicia, porque un premio no merecido pierde su interés y su fuerza.

Se debe estimular al niño, más por el esfuerzo que ha empleado que por el resultado obtenido. Es necesario conseguir que la aprobación de sus padres tenga para él más importancia que una golosina.

Hay casos en que está permitido utilizar el amor propio; por ejemplo: "Intenta hacer tal esfuerzo; es difícil, pero creo que tú si podrás conseguirlo."

Debemos evitar hacer elogios que conduzcan al niño a creerse mejor que los demás. Lo mejor es demostrarle los progresos que ha hecho sobre sí mismo, dándole a entender que puede hacer más todavía.

Uno de los medios de estimular al niño es trabajar con él en la realización de tal o cual proyecto, sobre todo si este proyecto necesita para salir bien que se guarde un secreto, como, por ejemplo, la preparación de una fiesta de la madre.

Toma el niño gustoso el esfuerzo cuando le vale nuestra aprobación. Hay impulsos que son más bien tímidos deseos, impulsos que no saldrían de ese estado si no fueran auxiliados por las personas de alrededor. Un aplauso oportuno da valor y confianza a quienes dudan. Una de las cosas que más animan a un niño es decirle cuando ha expresado algo bueno: "Si, tienes razón", y recordárselo hábilmente si hay ocasión: "como tu acabas de decir" o "como decías antes". Reconocerle a un niño sus progresos es animarlo a hacer otros nuevos.

Si el niño sufre un fracaso no se le debe tratar con rigor, puesto que ha hecho por su parte un esfuerzo laudable.

Debe evitarse el alabar sin reserva al niño. El alabarle un poco es a veces necesario. Démosle testimonio de nuestra estima: "He creído siempre que eras capaz de eso y de mucho más." Animémosle; pero no le tratemos como si fuera una perfección confirmada en gracia. El niño a quién se le dice sin tino y sin medida todo lo bueno que de él se piensa. corre el peligro de engreírse y llegar a ser un pavo real fatuo y orgulloso.

Puede traducirse el estímulo a un niño en una recompensa material: golosina, juguete, dinero. Pero no abusemos: es una solución fácil. Uno de los peligros de este método es el de mercantilizar y materializar los esfuerzos de orden moral que deben encontrar su sanción fundamentalmente en la aprobación de las personas que le rodean y en la satisfacción de la propia conciencia. Hay, además, otro peligro: a medida que el niño crezca serán necesarias recompensas cada vez mayores. ¿no hemos visto padres que han prometido imprudentemente una bicicleta o un abrigo de pieles con peligro de comprometer el presupuesto familiar?

Sucede, a veces, que los resultados no están a la altura de la buena voluntad y de los sinceros esfuerzos del niño. Evitemos el agobiarlo, y aun para que no se quede bajo la impresión deprimente del fracaso, intentemos poner de relieve la buena cualidad desplegada.

Anita, de cuatro años, y Bernardo, de cinco años y medio, regresan de paseo. Las zapatillas de la hermanita han quedado en la habitación del primer piso. Bernardo se ofrece galante para ir a buscarlas. Corre por la escalera y baja triunfalmente llevando un par de zapatillas que no eran las de Anita. En lugar de regañar a Bernardo y decirle: "¡Qué bruto eres: podrías fijarte; siempre lo haces igual!", es preferible decirle: "has sido muy amable queriendo traer las zapatillas de tu hermanita. El par que has traído se parecen; es muy fácil confundirlas. Vas a ser del todo bueno..." El niño comprenderá enseguida y volverá a subir con alegría, con lo cual se duplicará el valor de su gesto fraternal.